El autoritarismo, pues, entendido como el sistema basado en un riguroso principio de autoridad, tiene, sensu estricto, una connotación política; pero, en un sentido amplio, no sólo se circunscribe al ámbito político, sino a cualquier esfera social donde exista una relación entre un grupo y una persona que haga las veces de guía o de líder. La escuela, al igual que muchas otras instituciones de nuestra sociedad, ha tenido y tiene un rasgo señaladamente autoritario; que suele expresarse, por lo general, en la relación profesor-alumno, o personal administrativo-alumno. El profesor o el personal administrativo de un centro educativo evidencia, en muchos casos, un carácter autoritario frente al alumno. Pero a qué nos referimos específicamente cuando hablamos de carácter autoritario?
A veces, el profesor encuentra en el aula un lugar donde ser escuchado, obedecido, respetado, admirado, adulado e incluso temido. Halla casi todo lo que le puede faltar en su vida familiar, marital o social. Se siente importante. Se siente poderoso como un pequeño dios. Olvida que el centro de atención en el proceso de enseñanza no es él, sino el alumno. En esta situación es fácil caer en la tentación del autoritarismo. El profesor impone su voluntad y su punto de vista sin admitir contradicción alguna, como un padre severo a sus sumisos hijos. Hay que tener en cuenta que el carácter autoritario tiene raíces sicológicas profundas que se remontan a la infancia en la casa paterna o a la escuela. De allí la importancia del tema en cuestión con miras a formar ciudadanos, tolerantes, solidarios, seguros de sí mismos y que sepan vivir en democracia.
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